Una crisis positiva, una totalidad contradictoria, una estética individual y un cosmopolitismo andino son algunas de las vivencias que afronta la nueva literatura peruana. Experiencias que forman parte del
cruce de caminos que atraviesa hoy el panorama de las letras de Perú, cuyos autores buscan
salir de la larga sombra del poeta César Vallejo y del narrador, ensayista y dramaturgo Mario Vargas Llosa. Ese bullir creativo se ha podido apreciar en la reciente
Feria Internacional del Libro de Lima, donde ha quedado claro que sus participantes consideran que es necesario arriesgar más en la producción literaria abundante y variada en un país de pocos lectores.
Perú tiene tres lenguas oficiales, tensiones internas —algunas históricas— como el desconocimiento de la capital acerca de las lógicas que guían la vida en otras regiones del país, y ello da como fruto una literatura que ha recogido crisis, cambios e interrogantes de largo tiempo. “Los autores no están anclados al territorio nacional, ni real, y crean reconociendo el peso de sus antecesores, vivos o muertos, pero pretenden diferenciarse”, explica el poeta
Jerónimo Pimentel (Lima, 1978).
Para Pimentel, quien presentó en marzo Al norte de los ríos del futuro, la literatura peruana actual debe caracterizarse de acuerdo a qué obras modifican la tradición, cuáles la expanden o la intervienen, y dónde están los intentos por fundirla o refundarla. En cierto modo, describe su propio quehacer: su libro más reciente mezcla géneros.
“La tradición es un punto de partida, pero no puede ser el de llegada. Las tradiciones nacionales declinan cuando las aceptamos. Es una paradoja: una tradición solo tiene sentido cuando se la niega. Curiosamente, la literatura peruana ha sido siempre un animal difícil de domesticar. No perdamos esa rabia”, opina cuando se le pide presentar los rasgos que definen la producción en Perú. Según el poeta, las carencias en la producción literaria peruana son: “Por parte de los escritores, el inconformismo. Por parte de los lectores, la curiosidad. Por parte de los editores, el riesgo. Por parte del Estado, las políticas. Y por parte de los libreros, la imaginación”.
En el balance anual de gestión del presidente Ollanta Humala, el 28 de julio, no hubo ninguna alusión al sector cultural pese a que hace solo tres meses Perú fue el invitado de honor en la Feria del Libro de Bogotá y se celebró un encuentro sin precedentes de escritores peruanos, en cantidad y calidad. Las conversaciones que surgieron allí —sobre la necesidad de diálogo y crítica— han continuado en la feria de Lima. “Hay numerosos síntomas de desaliento: la escasez de críticos menores de 60 años, la desaparición de las páginas de cultura de la mayoría de medios escritos y la indiferencia de la academia”, agrega Pimentel.
El narrador y crítico literario
Gustavo Faverón (Lima, 1966) fue uno de los escritores nacionales que firmó autógrafos durante una hora y media en la FIL. Su novela El anticuario ha sido elogiada por The New York Times y la prestigiosa revista literaria Kirkus reviews luego de ser publicada en inglés este año; la original en español fue editada en Lima en 2010. Según el académico residente en Maine, EE UU, la literatura peruana vive una pérdida de claridad de los paradigmas, pero, “como diría Martín Romaña —el personaje de la novela de Alfredo Bryce Echenique—, es una crisis positiva. Hace unas décadas era simple señalar al realismo como la columna central de la narrativa peruana, incluyendo lo urbano y lo andino. En la poesía, la presencia voluminosa de generaciones de autores afines y de colectivos permitía intuir las direcciones en que se transitaba. Hoy hay un mayor individualismo que, estéticamente, debería dar frutos discrepantes y por lo tanto ensanchar esas direcciones”.
Iván Thays, novelista y crítico literario peruano, dice que la novela de Faverón es “un texto tan cosmopolita como arraigado en el Perú”, y ello, el ser cosmopolita o ser andino, no es suficiente para clasificar a los autores. Algunos prefieren el relato que explora lo individual y lo afectivo, sin referencia directa a la sociedad peruana, aunque la alude e interroga.
Vargas Llosa pertenece la generación del 50, al igual que el narrador Edgardo Rivera Martínez, autor de la celebrada novela País de Jauja, considerada una de las mejores novelas de los últimos 20 años, un autor revalorado en la última década. Rivera Martínez comentó a EL PAÍS que en este período sobresale la producción de autores regionales.
Uno de ellos es
Christian Reynoso, del departamento de Puno, quien este año presentó su segunda novela El rumor de las aguas mansas en las ferias de Bogotá y de Antofagasta. Se trata de una historia de amor que se transforma en una investigación sobre el linchamiento y posterior muerte del alcalde de Ilave, Puno, en abril de 2004. Fue en su momento un conflicto social confuso desde la mirada de la capital, Lima. En la FIL hubo este año una mesa de diálogo de escritores cusqueños, y otra de escritores puneños.
Consultado para este reportaje, el poeta e investigador Paolo de Lima también incluye entre los escritores cosmopolitas andinos a
Juan Carlos Galdó, quien publicó Estación Cuzco en 2008. El académico describe la literatura peruana actual con los términos del crítico Antonio Cornejo Polar: una “totalidad contradictoria” conformada por una literatura culta, otra popular y una tercera en lenguas originarias. De Lima ha presentado en la FIL su libro Poesía y guerra interna en el Perú: 1980-1992.
Tres de los escritores limeños en su mejor momento, y de distintas generaciones, participaron en la FIL:
Augusto Higa (1946),
Jeremías Gamboa (1975) y
Carlos Yushimito (1977). El 23 de julio, Higa ganó el premio de novela breve de la Cámara Peruana del Libro con la obra Saber matar, saber morir. “Luego de un viaje iluminado a Japón, lugar de sus esquivos orígenes, ha ido entregando libros breves, urgentes y hermosos que han generado la emoción de lectores y escritores”, ha comentado Gamboa sobre Higa, quien en la década de los noventa se fue a trabajar como dekasegui a Japón.
“[La novela] La iluminación de
Katzuo Nakamatzu inscribió un personaje memorable en la literatura peruana y con él un tipo de lenguaje que aglutina el realismo sucio y el poder lírico con igual calidad”, refiere el autor de Contarlo todo. Para Gamboa, con Higa ocurre un proceso similar de reconocimiento tardío como el que hubo hacia
Rivera Martínez en la década pasada.
Yushimito, en cambio, debe entregar su primera novela este año, luego de tres exitosos libros de cuentos, el último de ellos publicado por el sello Demipage, Los bosques tienen sus propias puertas. Gamboa ha escrito relatos realistas parcialmente autobiográficos y atados a Lima, en tanto que Yushimito opta predominantemente por historias independientes de un lugar reconocible -lindantes con la literatura fantástica-. Sus textos están impregnados de verdades o conclusiones acerca de las cosas y las personas.
Fuente: Jacqueline Fawks, EL PAIS