Por: Esteban Saldaña Gutiérrez Ingeniero Industrial |
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01-04-2017 | Terminaba nuestra “vacaciones”. Un solo cuaderno, lápiz y borrador se acomodaba en una bolsa de tocuyo, confeccionado por mamá, que llevábamos al colegio a la bandolera, es decir cruzado por el pecho. En lugar de loncheras, llenábamos nuestros bolsillos con cancha y queso duro. Ni gaseosa, ni pulpin, solo agua de puquio, las más deliciosa, cristalina era de Huallos, una delicia.
Por esos días se acercaba la Semana Santa. Una parvada de muchachos recorrían las calles de Tantará, anunciando la Víspera, premunidos de una matraca, que no era más que una madera rectangular con mango para sujetarlo y en el centro se encontraba incrustado una manija rectangular de fierro, que al sacudirlo producía un tétrico sonido.
“Casi nunca se encontraba el párroco, en su lugar estaba el señor Eldigardo López, Q.E.P.D, de mirada triste, taciturna, andada siempre con la mano entrecruzada, pero esa noche recobraba toda su energía y lucidez durante la ceremonia que gentilmente presidia.”
Lo acompañaba don Pablo Q. Ecónomo, sacristán y sempiterno juez de agua. De frente corta, peinado para atrás, más bajo que alto, con incipientes bigotillos a modo de rompas filas. Don Pablito una palabrita, le decían suplicantes las señoras, necesito regar mi chacrita, para cuándo habrá agua. En cambio los hombres respetuosamente le ofrecían un “huajtayco” que era una copita de pisco puro.
Don Pablo recibía y solo por educación degustaba y carraspeaba, para no ofender al oferente. No era hombre de tomar. Sacaba su cuaderno de apuntes y hojas de almanaque, en el reverso escribía la autorización de uso de agua, de tal hora a tal hora.
En la Víspera, la Iglesia casi lóbrega, solo se alumbraba con tenues velas. Don Eldigardo desempolvaba un antiquísimo cancionero, regordete, con tapas de color negro y seguido por los fieles, en su mayoría mujeres, recorría las trece estaciones. “Adoramoste Cristo y te bendecimos que por esta santa cruz redimiste al mundo”, repetía.
En una ocasión, para tener libre las manos, llamo a un muchacho, de aquellos que deambulaba por allí y le encargó que alumbre el cancionero con una vela para que pueda cantar con mayor facilidad.
Así estaban, el muchacho aburrido y cansado, dormitando, alejaba y acercaba la vela, hecho que colmó la paciencia del siempre manso Eldigardo, quien en medio del cantico “Peque mi Dios contra tì…” miró furioso al mozalbete y retumbó “Acchimuy m…..” (“Alumbra mierda”), trono la voz imponente en plena víspera y en plena iglesia.
El propio Cristo yacente, enarcó las cejas. Las mujeres se santiguaron y tapándose la boca con el pañolón repitieron “Jesús, Jesús”. Los hombres abandonaron presurosos solo para carcajearse fuera de la Iglesia.
Nota Bene: Algunos nombres se han cambiado, por no alcanzar alguna suspicacia.
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