Una costumbre de los pueblos andinos.
|
Por: Ferrer Maizondo Saldaña
|
La carretera y la movilidad es la misma de siempre. Descuidada desde cuando uno se embarca en Chincha. Ruta estrecha, llena de curvas y abismos. Lo encantador son las chacras con sus sembríos, aves, ganados, frutales y verdor permanente.
El delgado, límpido y tranquilo discurrir de las aguas del río pintan con mucha gracia el paisaje agrario. Las parcelas son tierras de la Comunidad Campesina de Huachos o propiedad de pequeños y medianos propietarios procedentes de los diversos pueblos del Norte de Castrovirreyna.
Retorno después de muchos años. El distrito alumbrado con una pálida luz eléctrica se pierde en una tristeza oscurecida por la neblina. En la puerta de la mayoría de las casas un punto de oro llama la atención, son los enormes candados anunciando la ausencia de familiares, amigos y conocidos. No hay el bullicio con que antaño recibíamos los camiones mixtos lleno de pasajeros y carga.
Luego del último canto del gallo, entre el claroscuro del inicio del día, cinco y media de la mañana, me levanté de la cálida cama que la bondadosa y hospitalaria Maximiliana Maizondo, la tía Maxe, proporcionó. No tenía apuro en dejar el abrigado cuarto, pero si la curiosidad e interés de cortar la mañana como es costumbre en mi pueblo.
|
“En todos los pueblos del norte de Castrovirreyna, "cortar la mañana" es animar y calentar el cuerpo, no con los primeros rayos solares, sino con una copa de pisco remojado en huamanripa, cascarilla o chuchuhuasi en una de las tiendas.”
|
|
En Huachos - como en todos los pueblos del norte de Castrovirreyna - cortar la mañana es animar y calentar el cuerpo, no con los primeros rayos solares, sino con una copa de pisco remojado en huamanripa, cascarilla o chuchuhuasi en una de las tiendas.
Una buena copa de pisco. A veces hasta dos, dependiendo de la voluntad del compadre o vecino porque el corte de mañana se hace en compañía, casi nunca solo. Previo unas gotas de pisco al piso recordando las almas o amigos ausentes. Cortar la mañana o un cortecito como también se le llama es confirmar con pisco puro chinchano el buen ánimo para iniciar las actividades o el trabajo. Es también motivo para iniciar o culminar transacciones y enterarse de los problemas que aqueja la vida.
A esta hora hay pocos transeúntes. Los verdaderos madrugadores ya están en sus chacras. Los otros están preparando desayuno o siguen envuelto en sus cobijas. Solo algunos están desplazándose por las calles.
Con el primeo que tropecé al llegar a la esquina de la plaza fue con Mario de los Ríos, quien, como hijo de ganadero, soga en mano se dirigía a Quichua. Un fuerte abrazo y cruce de preguntas por la familia. Primo, le dije, porque así nos tratamos los huachinos, así no seamos parientes, vamos te invito un cortecito. Mario, con mucha delicadeza, respondió que no podía porque su religión no le permitía. Respetuoso de su decisión seguí caminando.
Cuadras más allá salía de su casa Dalmacio Reymundo, por los “Clavos de Cristo”, papá de Urbano, René, Willy; y, de los emprendedores Javier, Efraín y Zoraida. Luego de un breve repaso por la salud y vida de los familiares, me atreví invitarle a cortar la mañana, conociendo además que él era buen pisquero y de tragos continuos. Detuvo su respiración y como mirando al demonio me dijo que ya no tomaba porque era evangelista.
Casi al final de calle, antes de llegar a Lucma, me recibió José Chávez con la alegría, sencillez y humildad de siempre. Transmitió saludos de doña Primitiva y sus hijos, especialmente de mis buenos amigos Nato, Jango y Maxe. Resalté sus buenos tiempos de sacristán y campanero de la Iglesia; artesano de la cera en Semana Santa; y, primera voz en noches de carnaval cuando recorría las calles del pueblo acompañado de Ale Canales Sánchez, Olga Peña Patiño, Josefina Machuca Rojas y el infaltable Pato. Entre risa generalizada y buenos recuerdos, volví, una vez más, a ofrecer cortar la mañana al interlocutor. Don José, agachó la cabeza, y confesó que ya no es católico. Ahora pertenezco a otra iglesia, sentenció.
Desmoralizado por no poder cortar la mañana como era la costumbre, ingresé a la casa pensión de Piedad Delgado quien, luego de prolongado elogio y cálido abrazo, convida como desayuno papas sancochadas con queso y ají. Estaba por coger una de los arenosos tubérculos con olor a marmaquilla, cuando ingresa Daniel Dávalos Vásquez, el tío Dañi. Ofrezco compartir la mesa. Me mira con cara de sorpresa, se tambalea un poco, y, como nunca, sin ajos ni cebollas, como siempre habla, me dice: Desde temprano estoy buscándote para invitarte a cortar la mañana y tú, quieres invitarme desayuno como si no tuviera donde comer. Piedad, por favor, media botella de mistela.