En 2018 una serie de eventos del azar hizo que un ‘rolo’ de Chapinero y un afro del Pacífico cruzaran sus caminos. Juan Nicolás Donoso (Bogotá, 1977) recibió una llamada de un amigo que había estado visitando una persona en una clínica de cuidado crónico. Le causó curiosidad un hombre en la habitación del frente, que movía la cabeza con habilidad y manipulaba una tableta mediante un lápiz táctil que sostenía con la boca. Le preguntó qué hacía: él le respondió que escribía un libro.
Juan Nicolás Donoso, escritor colombiano.
Jhon Anderson Hurtado (Buenaventura, 1992) había recibido varios balazos en 2013 por un ajuste de cuentas, en medio del ambiente turbio en el que se movía cuando trabajaba como pintor de rines en el barrio 7 de agosto de Bogotá. Un tiro al aire, otro en el brazo y un tercero en el cuello, que le dio en la médula, le ocasionó un trauma cervical y dejó su cuerpo sin movilidad por debajo del cuello. Desde entonces, han pasado diez años y cinco clínicas.
“Usted que es escritor por qué no va y le da unos consejos, y la mira a ver qué tal”, le sugirió Carlos Castro, artista plástico, a Juan Nicolás sobre la novela que Jhon estaba escribiendo. Le dio los datos y colgó. Aunque no entendía muy bien en qué se estaba metiendo, Nicolás —como le llaman las personas cercanas— coordinó una cita y fue a visitarlo. Lo encontró en una habitación, escondido entre cajas y cosas, detrás de un escritorio improvisado que le habían organizado las enfermeras por encima de la camilla. “Vi que tenía una tableta delante de él, y que era una persona funcional. ¡Pues estaba escribiendo una novela con la boca!”, cuenta. “Me envió un adelanto al WhatsApp e inmediatamente dije: este man es un escritor. Esto hay que publicarlo”.
“Cuando se leen los primeros párrafos, es una novela que se te lanza encima”, comenta Nicolás, artista plástico con maestría en Filosofía y en Creación literaria, docente y autor de las novelas Siberia (Animal Extinto, 2019) y Coprófago Paradise (Caín Press, 2016). Comenzó a hacerle comentarios sobre los avances que le enviaba, a recomendarle lecturas y a visitarlo una vez al mes para terminar de ajustar el texto. Más que ayudarlo, se dio cuenta de que era él quien estaba siendo transformado por Jhon: por su historia de vida, por la voracidad con la que leía, por su facilidad para absorber conocimiento, lo salvaje de sus historias y una ortografía sorprendente en un joven que había dejado el colegio en séptimo grado y que había validado su bachillerato de manera virtual años después, desde una cama. Jhon lo dejaba sin excusas.
Luego de tres años y con una pandemia de por medio, nació Tunda, la primera novela de Jhon Anderson Hurtado, publicada en octubre de 2022 por la editorial Caín Press y uno de los libros independientes mejor recibidos en la pasada Feria del Libro de Bogotá. En Tunda está retratado el ambiente que marcó su vida: la llegada del paramilitarismo a Buenaventura, la brujería —allá todo el mundo la hace, o le han hecho, o sabe; es lo normal, explica Nicolás—; también están la selva, la imponente geografía, los desechos tóxicos y el abandono. Su originalidad radica en que el autor no habla de lo que leyó ni de lo que le contaron, sino de una hostilidad que lo absorbió y lo terminó conduciendo a esa bala. “Las circunstancias, tarde o temprano, me iban a llevar a esto”, afirma.
Jhon creció entre los chirridos de las ‘casas de pique’, lugares donde se tortura, asesina y desmiembra, y que sirven de telón de fondo de su propuesta literaria. “Sí, fui testigo, y de alguna u otra manera quería también ejercer ese tipo de violencia, y termina haciéndolo uno, no siendo parte de algún grupo, pero sí con arranques de ira. Momentos por ahí en alguna discoteca, drogado”.
Jhon usando su tablet, en el Hospital de Engativá.
En el texto, Buenaventura es “un paraíso tropical, pero también el pantano infame de la pobreza, atrozmente azotado por todo tipo de mal primario”. Jhon vivió allí su época dorada. “Cuando era niño —cuenta—, que salía a jugar llevitas, jugaba a las escondidas, en mis tiempos y mis escapadas a la selva, a explorar el manglar, el astillero, yendo a la marea a nadar, y eso fue lo más bonito”.
Siempre fue “una persona abierta a la diversión, a la aventura, curioso y un poco rebelde también”, hasta que terminó “metido en problemas” que lo llevaron al exilio en Bogotá, a vivir del rebusque en los talleres de mecánica del 7 de agosto. Ahora, con el espejo retrovisor del tiempo, con su experiencia y la catarsis que hace a través de la escritura, se ha reconciliado con su pasado y no le ve sentido a tanta violencia: “A mí lo que me choca bastante es que son personas con las que uno crece, y después terminan siendo ellos mismos paramilitares y haciéndole daño a la misma gente”.
La mitología y la calle
La Tunda, un personaje central de la mitología del Pacífico sur colombiano y del Pacífico norte ecuatoriano, en el libro es descrita como un “espanto que se les aparece a las personas en el monte, a los niños que son desjuiciados, a los borrachos, a la gente infiel o a los que son hijueputas y dañados”. También, dentro de la novela, es un espectro que se compone de “voces y desconsuelos moviéndose en la oscuridad”, de una exploración de lo paranormal en medio de un manglar y del “olor del bazuco entremezclado con el humo negro de los exhostos”.
El lenguaje de Jhon está compuesto de calle y de vida. Donoso cree que se inscribe como un nuevo referente de la literatura afrocolombiana. Le recuerda a Arnoldo Palacios, un escritor chocoano que también tenía un problema de movilidad por poliomielitis. En su novela Las estrellas son negras “él está en la selva chocoana, escuchando cómo los otros niños sí pueden jugar afuera, y él no se puede mover. Entonces él empieza a volverse escritor a partir de la imaginación de cómo juegan los otros”.
Nicolás describe la literatura de Jhon como una mezcla entre Palacios, Pedro Páramo —el libro insignia de la literatura mexicana, de Juan Rulfo— y mucho rap. Aunque lo que más le gusta es que “no escribía pensando en eso, en: voy a inscribirme dentro de un lugar de enunciación negro, afrocolombiano, sino: voy con un machete por una trocha. Eso es lo que hace que sea tan vital su prosa. No está contaminado de un discurso que al final, de tanto repetirlo y repetirlo, te momifica”.
Pedro Páramo fue sin duda uno de los libros que más marcó al autor, y que le ayudó a construir un aura fantasmagórica. Otra obra que le sirvió como referente fue A sangre fría, de Truman Capote. “Las descripciones con que arranca Tunda, que son de la selva, no sé por qué me acordaron de las que hace Capote de Kansas”, comenta Nicolás. “Es un desierto y el otro es una selva. Son dos geografías totalmente distintas, pero le dije: lea esto y llévelo hasta donde más pueda. Y resulta que le encantó porque él fue esos personajes en su vida pasada, él sabe qué es a sangre fría, y escribe a sangre fría, además”.
Jhon sigue navegando por su geografía conocida: el manglar, la calle del astillero y el 7 de agosto, que se quedó clavada en su recuerdo. “Pero ya vuela solo”, comenta su editor. Ahora trabaja en un nuevo libro de cuentos, que combina con sus estudios de psicología, de manera virtual. Cursa sexto semestre y, basado en lo que ha aprendido, emplea técnicas para sí mismo. “Todo esto ha sido muy difícil de sobrellevar y una consecuencia directa de estar así obviamente es desarrollar problemas psicológicos, emocionales”, dice. Lo atormenta “terminar condenado a vivir en clínicas y hospitales”. Entonces escribe, a cualquier hora del día, y recurre a la psicología, que dice lo ha ayudado muchísimo: “Yo intento meditar, evaluarme y desarrollar resiliencia, pero ha sido muy difícil. Me está consumiendo”.
Fuente: Articulo publicado inicialmente en El Pais