Este mecanismo de control de desechos no solo ha mejorado la higiene en el centro penitenciario, sino que ha influido de manera positiva en el estado de ánimo de las personas que trabajan en el lugar o lo visitan con frecuencia.
Al pasar el puesto de control, un camino angosto me lleva al complejo penitenciario de La Joya en Panamá. Impone respeto ver la magnitud de los galerones y las torres de control, rodeados por malla de alambre. Sin embargo, lo que me espera dentro es algo muy distinto de la dura vista del exterior de la cárcel de La Joyita, la primera de las tres que componen el complejo.
Al entrar, percibo el centro de detención como un lugar en donde, a pesar de que las personas viven privadas de su libertad, se han dado a la tarea de hacer suyo el espacio y adaptarlo para que les resulte menos hostil. Basta con ver los murales pintados en las paredes de los pabellones para darse cuenta de que hay un ambiente de colaboración, y eso comenzó cuando las personas decidieron enfocarse en un objetivo común: tener una cárcel libre de basura.
Tengo la oportunidad de hablar con Éric Jiménez, que lleva cuatro años trabajando como custodio en La Joyita. Él se encarga de vigilar a las 500 personas que participan en la planta de reciclaje de EcoSólidos, que manejan los presos. Su rutina consiste en acompañarlos desde los pabellones a las instalaciones, observar que las actividades se realicen en orden, y llevarlos de vuelta a sus pabellones terminada su jornada laboral.
Jiménez cuenta que ha tenido esa responsabilidad desde el inicio del programa y observa sorprendido un mejor ambiente de La Joyita. Me comenta que ha presenciado con satisfacción cómo un pequeño proyecto para reutilizar botellas de plástico creció hasta consolidarse y adquirir una nueva dimensión con una planta de reciclaje, un huerto y un vivero en La Joyita.
Para Éric no resulta fácil tener a tantas personas a su cargo, pero le motiva el giro que ha dado la mentalidad de los privados de libertad. Es una persona seria, permanentemente atenta, pero siempre amable.
“Han cambiado la perspectiva y la visión de cada interno y de mi persona. Los he visto evolucionar. He visto que tienen un cambio. Se esfuerzan por hacer las cosas bien: salen de su pabellón; trabajan; laboran; se ganan su día de trabajo para después ganarse su libertad,” me explica mientras vigila de reojo lo que sucede a su alrededor.
Al igual que Éric, varias de las personas que conocieron el antes y el después del inicio del programa de reciclaje EcoSólidos y de los proyectos que se han derivado de él, hablan de un cambio hacia un ambiente más armonioso, con mayor motivación y entusiasmo entre quienes conviven en el centro penal.
Si bien, muchos de los presos se sienten privilegiados por el simple hecho de poder trabajar al aire libre en vez de quedarse anquilosados en el reducido espacio de los oscuros pabellones de La Joyita, las personas que están en EcoSólidos no trabajan gratis.
Cuando la Dirección General del Sistema Penitenciario de Panamá reconoció la oportunidad que representaba que las personas privadas de libertad dedicaran su tiempo a hacer de la basura algo útil, permitió que los detenidos pudieran conmutar dos días de trabajo por uno de sentencia, lo que les dio la esperanza de reducir un año de sentencia a cinco meses con 22 días.
Además de poder reducir sus condenas, los partícipes de EcoSólidos tienen la oportunidad de aprender y desarrollar habilidades nuevas, útiles para reintegrarse a la sociedad, lo que hace que se interesen más y sean más disciplinados. De acuerdo con su conocimiento previo, se distribuyen entre ellos las tareas de separar la basura reciclable, preparar compostas, fabricar artesanías, sembrar y cosechar.
José, uno de los privados de libertad que está involucrado en EcoSólidos, se dedica a hacer florecer EcoSiembra, un huerto que aprovecha la composta elaborada a partir de la basura orgánica recolectada en el penal. Caminando juntos por el huerto que ha adoptado como suyo, me cuenta las historias de cómo consiguió cada semilla que ha sembrado y las propiedades de cada hierba.
José ha visto crecer en su parcela berros, romero, hojas de limón y hasta chiles mexicanos. Al empezar en el proyecto, José desconocía todo sobre agricultura. Ahora, se jacta de haber sido el primer privado de libertad en hacer crecer árboles de plátano en una cárcel panameña. “Soy el primer detenido en el complejo de La Joya en meter una semilla de plátano y verla dar fruto”, me dice con orgullo, rodeado de árboles de plátano.
José, el primer preso que plantó un árbol de plátanos en la cárcel de La Joyita. B. Islas CICR
Cuando el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) comenzó a trabajar en la cárcel de La Joyita para mejorar las condiciones de las personas privadas de libertad, se interesó profundamente por la iniciativa. Desde entonces, ha patrocinado materiales, dado apoyo técnico, y se ha encargado de difundir las bondades de la iniciativa para conseguir asociados que ofrezcan oportunidades a los detenidos al terminar sus sentencias.
El éxito del programa ha inspirado también al CICR a pensar en trabajar con otros sistemas penitenciarios para desarrollar proyectos similares. Sin embargo, de acuerdo con Sebastián Bustos, delegado de Protección del Comité, una de las razones por las que resulta profundamente complicado replicar el programa en otros países e incluso en otras cárceles de Panamá, es que la iniciativa surgió de las mismas personas privadas de libertad. No ha sido impuesto por nadie. Fue una idea 100% desarrollada por los habitantes de la cárcel.
Una persona privada de libertad en la planta de reciclaje de EcoSólidos en la cárcel de la Joyita. B. Islas CICR
La Joyita alberga alrededor de 4.000 personas, lo que representa numerosos desafíos para las autoridades penitenciarias panameñas. Sin embargo, el éxito en el control de los desechos sólidos da pie a que estos retos se aborden en un ambiente cooperativo, lleno de deseos de superación entre las personas privadas de libertad que apoyan EcoSólidos.
Tras dejar EcoSólidos, que se encuentra al fondo del centro penitenciario, el contraste con los pabellones me resulta abrumador. Los privados de libertad pasan la mayor parte de su tiempo en galerones oscuros, donde los espacios son reducidos. Aun así, mi impresión final es que los participantes del programa han logrado contagiar a sus compañeros del optimismo que produce poder trabajar en algo que les da propósito y mejora sus condiciones de vida.
Francisco José Díaz Pinelo es oficial de comunicación del Comité Internacional de Cruz Roja (CICR) para México y Centroamérica.