Por: David Auris Villegas - Escritor/Pedagogo |
---|
Ahora que estoy postrado en cama, recuerdo aquel atardecer, atravesando a caballo el sobrecogedor sendero curvado al pie de empinadas crestas, sombreados por el eterno cielo de la desdicha, contemplé piadosamente a un magnífico y pujante capulí, ¡Intentaba volar el pobrecito!, inevitablemente sonreí ante semejante e ingenua hazaña, y recordé intensamente, “la esperanza es lo último que se pierde.”
Antes de la unánime fatiga, al escuchar el canto más extraño de los pájaros sin nombres, cogiendo fuerzas de mis antepasados, seguí disfrazado e inspirado dejando atrás los amarillentos trigales, perdiéndome en el polvoriento camino, arribé a la comarca donde alguna vez había sido muy feliz degustando las granadillas y esa extraña ración que solamente preparan una sola vez al año.
Al desmontar, extrañado contemplé, el magnífico y pujante arbusto, de quien cándidamente me había mofado, derrochando perfume aquel valle donde alguien me llamó amor; estupefacto, al acomodarme sobre el banco de piedra, consternado vi que mi caballo había desparecido; entonces el temor a la desazón de ser simplemente un sueño me embargo terriblemente; quedándome dormido sin fuerzas, al pie del capulí, acaso con la vaga esperanza de despertar en casa.
Recibe las últimas noticias del día